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Opinión

Los presos deberían leer a Joyce

Juan Ángel Juristo - LUNES, 7 DE OCTUBRE DE 2013

Si es usted un autor de ficción de los buenos, es decir, de esos que no ganan un euro pero poseen el prestigio de Thomas Mann o Marcel Proust, no desespere, aquellos que han pensado que su obra es un tostón pueden ahora percibirla de manera radicalmente distinta gracias a un estudio de la New School for Social Research de Nueva York, que ha descubierto que leer literatura de ficción de alta calidad, que es donde usted se halla, ayuda a reconocer los sentimientos de las otras personas, es decir, mejora su condición de empatía social, algo que no logran, según ese estudio, sus compadres de literatura popular, esos que se forran los bolsillos publicado noveluchas que sólo sirven, según ese estudio, para evadirse.

Después de este estudio, el mundo de la alta cultura ha respirado tranquilo: ya tenemos justificación para seguir existiendo. Así que ya sabe, escriba una obra de ficción que pueda colocarse al lado de Joyce, Mann, Proust, o mejor, Faulkner, con esos seres patológicos del Sur, y verá como hace un gran favor a su vecino, que a partir de ahora, si le lee, verá incrementada su capacidad de comprensión del mundo.

Los resultados han sido publicados en Science, que ya se sabe que es revista prestigiosa, aunque poco empática, pero es que es científica, y es la feliz consecuencia de una ardua serie de trabajos con voluntarios donde se les hizo leer de todo aunque no nos ha sido desveladas narraciones ni autores. Los lectores fueron sometidos a cinco pruebas destinadas a saber lo que otra persona sentía mirando la foto de un rostro, o respondiendo al modo en que una persona con unas características determinadas reaccionarían ante determinadas circunstancias. Ni que decir tiene que los que habían obtenido mejor calificación fueron los que habían leído obras de ficción de calidad superior.

David Kidd, que así se llama el director del equipo que ha llevado a cabo estos experimentos, asegura que “este tipo de literatura está específicamente enfocada en la psicología de los personajes y pone al lector en una posición activa frente a la lectura. De esta forma, al estar enfocado en entender la reacción de los personajes, los lectores están especialmente sintonizados con las emociones y pensamientos de los otros”.

La cosa parece explicarse debidamente porque, según Kidd, la vida real, al igual que las grandes novelas, está llena de personajes complejos cuyas vidas interiores no son fácilmente discernibles, lo que requiere un esfuerzo intelectual para ubicarse en el mundo. Ergo…

El estudio concluye que este tipo de literatura ayudaría a rehabilitar a los presos, o para ayudar a las personas con autismo. Los científicos de la Universidad Andrés Bello, al enterarse del informe, han puntualizado que las películas cumplirían la misma función, pero las buenas, no las que reflejan violencia o simplemente son proclives a desatar emociones primarias.

Sin embargo usted, que es autor de alta ficción, posee un lado oscuro, fatal, casi demoníaco. También escribe poesía, y le gusta poco el cine. Malo. Sepa que de los poetas no se dice nada. Su labor, que en la Antigüedad se emparentaba como mensajero del lenguaje divino, es pura paparrucha: al no escribir sobre personajes, al no mantener una situación dramática, su labor es individualista, casi autista, lo que agravaría a las personas que padecen esta enfermedad porque no les provocaría a salir de su estado de ensimismamiento.

Platón quiso expulsar a los poetas de su República ideal por considerarlos peligrosos, no inútiles, pero ya sabe, abandone el poema, esa sucesión de sonidos elocuentes movidos a resplandor, según otro poeta, Juan Larrea, y escriba cosas como ‘El hombre sin atributos’, ‘La montaña mágica’ o ‘Guerra y Paz’, sobre todo ‘Guerra y Paz’, porque ahí pasa de todo, o en su defecto, ‘Ana Karenina’, así podrá contribuir a que los machistas celópatas entiendan mejor a su mujer si ha sido adúltera, y deje de escribir versos como Eliot o Auden o Cernuda o Larrea o Juan Ramón o Machado, los dos, o René Char, o a quién a usted se le ocurra, depende de sus maestros. No sirven para maldita la cosa, no contribuyen a rehabilitar presos, como Kafka o Javier Marías, teníamos que poner un español, ni sirven tampoco para hacer entender a los marginados sociales las ventajas de la integración, imagínense a un amargado de barrio chabolista leyendo a Paul Celan, ¿qué iba a sacar de todo ello?... Por eso, anímese, abandone todo rastro de inmersión en los poemas, usted, que tiene talento, y siga dándole al personaje, eso sí, con mucha psicología detrás y, si puede, con tramas terribles, para que los presos se identifiquen con las víctimas… Lo malo es que estos de Nueva York no han caído en la cuenta de qué pasaría si les damos a leer ‘Crimen y Castigo’. Lo mismo se identifican con Raskolnikov, el asesino de viejas.


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